| Joven Campesino |
Por Gabriel Trujillo Gil
Son más de la siete de la tarde y David sigue en el campo. Por los bordes de una parcela sembrada en su totalidad arrastra con ambas manos una manguera de riego agrícola para cambiarla de surco. El viento le tumba el sombrero y la tierra se le mete en los ojos. Hace unos minutos comenzó su hora extra de trabajo, por la que recibirá de 50 a 150 pesos mexicanos, dependiendo lo que haga y lo que el patrón pague por ese trabajo. Una tormenta se aproxima a Santa Anita, las personas en el pueblo recogen todo aquello que esté a la intemperie y se refugian bajo algún techo, pero David sigue en el campo.
En Jalisco, el Instituto Nacional Electoral (INE) anunció que 10 mil 885 personas que tramitaron su credencial olvidaron ir a recogerla; razón por la cual no podrán votar el próximo 1 de julio. David, por la necesidad del trabajo, ni siquiera aparece en estadística.
David trabaja el campo desde los 8 años y forma parte de la fuerza laboral que ha posicionado a Jalisco como el gigante agroalimentario de México. Gana mil pesos mexicanos a la semana por trabajar en un terreno privado de cultivo de las 7:30 a las 19 horas, donde hace cualquier actividad que se necesite. Riega, abona la tierra y siembra cebollas, rábanos y otras hortalizas, que no sabe a dónde van a parar después de ser cosechadas. Es delgado, tiene la piel morena y un expansor en la oreja izquierda. Hace mucho no se pesa, ni se mide.
Desde que nació su vida ha transcurrido en las periferias. Vive en las afueras del pueblo de Santa Anita, pueblo que está en uno de los bordes de la Zona Metropolitana de Guadalajara, hacia el Sur, en la frontera del municipio de Tlaquepaque y Tlajomulco. En su colonia casi todos los vecinos tienen algún parentesco, muchos trabajan en la agricultura y es común que en época electoral lleguen partidos políticos repartiendo playeras, objetos promocionales y promesas de hacer cambios, como el Verde Ecologista. No obstante, David tiene claro que su voto no está en venta.
El desencanto
El contexto electoral de México en el 2018 no ilusiona a David; a él no le importa mucho la política. No apoya a ningún partido político y no sabe quiénes son sus gobernantes. No tiene idea de cuántos tipos de elecciones habrá, ni qué candidatos disputan cada puesto. No conoce sus propuestas ni sus nombres. No sabe que existe la figura de los candidatos independientes y piensa que si con partido los políticos hacen lo que quieren, sin partido tendrán menos restricciones. Cree que es bueno que haya elecciones para que cambie el gobierno, pero el único cambio que ha visto en el pueblo es el cambio de las lámparas públicas después de una transición de gobierno municipal.
Le dan igual las elecciones. Aunque considera que como joven debería interesarle, no les presta atención, no le llaman. Cree que siempre ha sido un proceso con poco empeño, del que incluso se pudiera sospechar trampa; y aunque considera que la elección más importante es la presidencial, nada de lo que dicen los candidatos hace que él espere un mejor futuro.
“Todos son lo mismo. Quieren el poder y cuando lo logran se olvidan de las promesas y de todo lo que dicen que van a hacer”.
David estudió la secundaria en una escuela pública del pueblo en el turno vespertino, enfrentándose a carencias económicas que logró resolver trabajando en los sembradíos durante las mañanas. Pero la pobreza estructural que padece el campo mexicano, en la que creció David, lo fue empujando a tomar una decisión al terminar su educación media, que lo llevó a dedicarse de tiempo completo a los surcos. La escasez de comida en su casa convirtió a sus estudios en un exceso. Pensó que los retomaría en el futuro, pero hasta ahora no lo ha podido hacer.
Desde ese entonces ha aportado la mitad de su salario a su familia para los gastos del hogar. Su padre también trabaja en el campo y uno de sus hermanos menores atiende un depósito de bebidas alcohólicas. Su madre trabaja en las labores del hogar y cuida a sus otros hermanos. David no tiene seguro social y cuando su familia se enferma es difícil acceder a un hospital, por eso alguna vez soñó con ser médico. Con la única prestación que cuenta es con la bondad de su patrón que le puede prestar dinero si lo necesita. En su vida laboral como agricultor el salario más alto que ha ganado ha sido de mil setecientos pesos mexicanos en una semana.
Le preocupa el problema de seguridad que vive el país y la actitud del gobierno al respecto. Dos veces lo han asaltado a mano armada y en ambas ocasiones le han quitado su celular y dinero. Para comprar un nuevo celular debe ahorrar gran parte de lo que le queda de su salario por al menos cuatro meses. Además es su medio de entretenimiento e información. Desde el celular usa las redes sociales y ve noticias por YouTube. Mientras trabaja también escucha el radio y así se entera de lo que pasa en el país, aunque a veces duda de la información. Es muy raro que hable de política, “Pues yo qué con eso”, y cuando lo hace es con sus amigos, después de trabajar, cuando sale a convivir a la cuadra recién bañado, quizás con una cerveza.
El futuro
Lo que le gusta de trabajar el campo a David es que su esfuerzo produce lo que otros comen. “La vida del campo es bonita y tranquila, pero como joven agricultor me gustaría poder ver más futuro”. La acelerada construcción de fraccionamientos, industrias y centros comerciales en el Sur de la Zona Metropolitana de Guadalajara ha hecho que cada vez más campos de cultivo desaparezcan y que muchos de los que quedan comiencen a sembrar pasto para abastecer el proceso de urbanización.
Chavira desconoce si hay algún apoyo para jóvenes que quieran trabajar tierras de cultivo, él siempre ha laborado para privados. Aún así, lo único que sabe hacer es la agricultura y no le da muchas esperanzas. Cambiaría el campo por la cocina o el manejo, para convertirse en chofer. Pero no sabe cocinar y no tiene carro.
Sin seguridad de que el voto joven vaya a definir algo en las elecciones de 2018, si David le tuviera que dar su voto como joven trabajador del campo a algún político, le pediría que no lo echara a perder, que lo usara para algo bueno, en dar más apoyo a la siembra. Más apoyo para que los jóvenes sigan trabajando y la pobreza deje de ser el denominador común de los campesinos. Aún así sabe que después de las elecciones nada en su vida va a cambiar, por eso ya no cree en promesas.
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