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Etiqueta: Alberto Uribe, Tonatiuh Bravo Padilla
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Género: Opinión
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Juan José Doñán
12 de febrero de 2018
Otra novedad recientísima en los días transcurridos de febrero fue la coincidencia que se dio el jueves de la semana pasada entre el autocelebratorio 5º informe anual de actividades del rector de la Universidad de Guadalajara, Tonatiuh Bravo Padilla y la confirmación de que el alcalde de Tlajomulco, Alberto Uribe, deja la querencia alfarista y su círculo naranja, para unirse a la campaña de Andrés Manuel López Obrador por la presidencia de la república.
Por lo que hace al informe del señor Bravo Padilla, los autoelogios no deberían sorprender a nadie, pues si no hay tamalera que venda malos tamales, ¿por qué habría que esperar que un rector de la UdeG no se eche porras a sí mismo, aun cuando sea a base de medias verdades?
Sería ingenuo esperar que la primera autoridad formal de la universidad pública de Jalisco, sobre todo después de la caciquil defenestración del finado Carlos Briseño, saliera a decir públicamente, sobre todo teniendo enfrente del rector de facto de esa universidad (¿eres tú, Raúl?) que las cosas podrían ir mucho mejor en esa casa de estudios de no haber un cacicazgo que desde hace décadas ha venido pervirtiendo la vida interna de esa institución que se sostiene con el dinero de los contribuyentes.
Por lo demás y en honor a la verdad, los presuntos “avances” que presume el rector Tonatiuh Bravo Padilla, en su reciente informe de actividades, se deben a la dinámica de la propia comunidad universitaria y no a la cúpula directiva de la UdeG, cuyos intereses (predominantemente políticos y empresariales) no coinciden con los de la comunidad estudiosa.
En cuanto a la presunta ampliación en la matrícula en la UdeG, Bravo Padilla presume que durante sus cinco años al frente de la rectoría general, el número de los alumnos de nuevo ingreso supera los 44 mil. Pero lo que no dice el rector de jure la UdeG es que sigue siendo muy superior el número de solicitantes rechazados, tanto para las preparatorias como para las distintas carreras que se cursan en esa casa de estudios, cuyo verdadero mandamás continúa empleando buena parte del subsidio público para faraónicos proyectos presuntamente culturales.
Por último, el caso del alcalde de Tlajomulco, Alberto Uribe, va más allá de un súbito encantamiento por López Obrador, quien por tercera ocasión busca de presidencial de la república.
El hecho de que Uribe no sólo renunciara intempestivamente a ser el coordinador del aspirante a la gubernatura por Movimiento Ciudadano (MC), Enrique Alfaro, sino que en pleno proceso electoral decidiera cambiar de banderías, pasándose súbitamente de MC, partido que lo llevó a la alcaldía de Tlajomulco, a Morena, habla de graves diferencias con Alfaro y el alfarismo. ¿De qué tamaño son esas grietas? Considerable, sin duda.
De entrada, la salida de Uribe significa que ahora cree más en López Obrador, por quien confiesa que hasta ahora nunca ha votado, que en el movimiento que encabeza su “gran amigo” Enrique Alfaro, con el cual ha hecho la legua desde años.
Por lo pronto y más allá de las inevitables suspicacias, que van desde presuntas deslealtades, cálculos políticos hasta hondas convicciones personales, va quedando más o menos claro que en el proceso electoral que se les avecina, Alfaro y asociados no van a tener un día de campo, sino una contienda más pantanosa de lo que propios y extraños (es decir, alfaristas, antialfaristas y la sociedad en general) habían previsto.
Lo hasta aquí comentado está entre las novedades que ha traído hasta ahora, en esta parte del mundo, el segundo mes del año, al que la sabiduría popular ha calificado con tino como “febrero loco”.
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