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¿Votar o no votar? That’s the question
La Jornada Jalisco
La Jornada Jalisco
17 de mayo del 2015
Vivimos una encrucijada. El sistema electoral y la participación social como están actualmente asemejan un arma cargada apuntándonos: si votas, disparas la bala; si no votas, otro lo hará por ti. Votar implica continuar con una farsa venida a tragedia en la que ni se respetan los procesos, ni mucho menos los resultados obtenidos. Se ha convertido en una forma perversa de legitimar el acceso al poder. Es un ritual que consolida a las mafias que por igual se visten de azules, verdes, rojos, amarillos, o se mimetizan según las tendencias. Lo que importa del partido político es que se someta a la voluntad que entrona a la plutocracia mexicana.
Los partidos se han convertido en concesiones familiares y de grupúsculos con su propia agenda. Votar significa perpetuar estas formas kafkianas de supuesta representación social. En la mayoría de los casos el voto no refleja el sentir y pensar del votante, sino que es una estrategia fugaz de sobrevivencia, una oportunidad para aliviar la precaria situación económica que acongoja a la familia por la falta de empleo auspiciada por aquellos que nos ponen como candidatos. El voto es una suerte de reciclaje de personajes y de las mismas inclinaciones bajas, egoístas, falsas. Pero también existe la otra situación rescatable del ejercicio del voto: expresa también el creer y tener confianza en propuestas, proyectos y personas. Acerca, en muchos casos, a la confianza en las instituciones y aspiracionalmente representa darle vialidad a un proyecto social.
Por otro lado, no votar es la cereza del pastel que ansiosos esperan los partidos punteros. Ellos están seguro que con sus votantes cautivos tienen más posibilidades de ganar si los votos son anulados o si el abstencionismo triunfa. Pero no votar es también un acto de dignidad, de expresar un hartazgo justificado ante las formas y los resultados electorales y los gobiernos emanados de ellos. No votar en el México de hoy –con los atropellos, las injusticias, las violaciones a los derechos humanos, la impunidad – es un acto de congruencia. Es el “¡Ya basta!” que a veces pensamos o en forma de murmullo pronunciamos, pero que cada vez inunda mas las calles de México ante la indolencia de quienes ostentan la autoridad.
Entonces ¿votar o no votar? Nos sentimos presionados por esta respuesta dada la manera en que tenemos conceptualizada a la democracia: un mero proceso electoral. Es decir, nos han enseñado y lo hemos asumido así: empieza y termina en el momento en que se cruza la boleta y se deposita en la urna. Concebirla así nos ha privado como ciudadanos de ejercerla posteriormente; seguimos colonizados y somnolientos mentalmente. Por eso tememos votar o no votar. Insistimos en otorgarle la decisión de nuestras vidas a un poder centralizado y ajeno, cuando la democracia debería crear no uno, sino diferentes centros de poder compartido horizontalmente y cuya motivación sea el interés público.
Los conflictos sociales que ahora asoman en este proceso electoral ya no son únicamente la lucha entre partidos. Ahora se están esgrimiendo otros entre la gente más o menos críticas del país que llevan a confrontar a quienes están optando por votar y a aquellos que se quieren abstener de hacerlo. Ambas posturas son válidas y respetables siempre y cuando sea razonadas y consecuentes. Lo que si no es permitido es que dichos atrincheramientos contribuyan a polarizar y dividir más a la sociedad mexicana.
Votar y no votar tiene sus riesgos y sus responsabilidades. Significa un compromiso de participación y acción ciudadana posterior a los tiempos electorales, marcando el paso a los elegidos, acompañando procesos, exigiendo la participación en la toma de decisiones, creando estructuras de base en barrios, comunidades, colonias, ciudades o regiones.
Nuestro problema es que carecemos de un proyecto consensuado de nación, de estado y de municipio. Si lo tuviéramos y fuéramos mexicanos ejerciendo nuestra ciudadanía, las elecciones no tendrían la importancia que se les da, porque quien resultara electo tendría el deber de dar seguimiento a objetivos socialmente trazados. Al carecer de éstos, nos preocupa demasiado el ungido dado que trae su agenda particular.
Es inevitable llegar a la parte final del proceso electoral que ahora vivimos. Habrá ganadores y perdedores, pero nosotros no debemos ser eternos miembros de este último grupo. Para ello nos tocará posteriormente crear solidaridades con sectores y organizaciones sociales, con sectores productivos, con los liderazgos legítimos, con gremios y ¿por qué no?, con los escasos representantes populares en los congresos, cabildos y gobiernos que sean afines y congruentes con nuestros objetivos.
Si votas y no das acompañamiento posterior a tu decisión, no te quejes; pero si no votas y supones que únicamente con ello haces patria, tampoco te quejes. Al final votantes y no votantes conscientes y consecuentes, inevitablemente fraternizarán por una causa común.
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