30 de noviembre – Reforma
La autocensura, afirma, podría proteger del narco a los reporteros
Lo más peligroso de ejercer el periodismo en Tijuana, dice Luis Humberto Crosthwaite, es que los reporteros no se sienten amenazados. “Y eso mismo sucedió con los que mataron, cuando comenzaron a sentir el peligro ya era demasiado tarde”.
En su nueva novela, Tijuana: Crimen y olvido, el personaje de Magda se pregunta obsesivamente en qué momento un periodista cruza la línea, qué palabras pueden agredir a un narcotraficante tanto como para traducirse en una sentencia de muerte.
Los editores, lamenta Crosthwaite, se lavan las manos. Su justificación es decir que advirtieron al reportero no ahondar en ciertos temas, como padres que aconsejan a un hijo, cuando en realidad son los jefes, quienes deciden qué se publica.
“La autocensura, lamentablemente, es una salida. Debería dejarse de competir por las notas y publicar todos lo mismo. La vida de una persona es más importante que la cantidad de periódicos que puedas vender. Pero el reportero no tiene la capacidad de autocensurarse, no lo hará nunca porque le exigen un trabajo”.
Crosthwaite intentó que en el San Diego Union Tribune, donde trabajó ocho años como editor y reportero, dejaran de firmar las notas del corresponsal en Tijuana como una medida de protección. Nunca lo logró. Y esa insistencia fue una de las razones que lo pusieron en el primer lugar de la lista cuando en 2009 hubo recorte de personal.
Pero la interrogante no lo abandona. Cuándo se cruza la línea. Magda Gilbert, la periodista de su novela, desaparece un día sin dejar rastro, lo mismo que Juan Antonio Mendívil, reportero de San Diego, el hombre del que se enamora. Sobre ambos gravita la maldad de Edén Flores, “el mismísimo demonio”, con la ciudad de Tijuana como telón de fondo.
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